El ocho del Bocho

Hace catorce años, un crío de ocho años se sumaba a la disciplina de la cantera de un equipo de primera división con gran tradición.

Once años después, el joven era pretendido por media Europa, incluidos Barça y Madrid, pero prefirió quedarse en su casa y logró engañar a la directiva para que le firmasen un contrato de larguísima duración: 10 años.

Se dice que en ese contrato se estipulaba que el jugador siempre iba a recibir una peseta más que el que más cobrara del equipo, de modo que se aseguraba su porvenir y se dejaba de sustos en toda su carrera deportiva. Supongo que en la época, siendo internacional por España y metiendo goles como churros, tremendamente joven y con un presente que auguraba un futuro muy prometedor, fue normal tratar de que no se fuera, a costa de la economía futura del club, que de eso ya se encargaría el que fuera presidente en esa época...

Pero la cosa se torció.

Desde la temporada 98/99, a las órdenes de un entrenador que acabó haciendo historia con el equipo, empezó su ocaso. Tras varias temporadas en las que fue engrandeciendo su peso en el club a base de goles y buen juego, el jugador se acabó.

Las malas lenguas dicen que fue porque se casó (te casaste, la cagaste, se dice entre los deportistas...), aunque he conocido quien tiene otra teoría.

Según este donante de sabiduría anónimo, un jugador de fútbol tiene una carrera de, como máximo, 10 años en primera división. Así, como este jugador empezó con 18 años, a los 28 estaba ya más quemado que la moto de un hippie, con lo cual se ha tirado luego otros 5 años chupando del bote como el que más, nunca mejor dicho...
A Raúl ha debido de pasarle algo parecido, aunque el caso de Maldini o Cafú deben ser las excepciones que confirman la regla.

La afición estaba de muy mala leche, y si bien al principio suscitaba la polémica (debe jugar aunque no esté bien), poco a poco su popularidad recayó en las féminas incondicionales, la mayoría adolescentes, que veían en él a su futuro marido, aunque ya estuviera casado.

Relegado a jugar las segundas partes de los partidos de su selección regional, sólo podía tener un final posible.

Ayer, catorce años después del primer día, el jugador se retiraba con lágrimas en los ojos.

Personalmente creo que le habrán puesto encima de la mesa un órdago: o te retiras ahora renunciando al año de contrato que te queda y te ponemos de entrenador de juveniles, o el año que viene te vas a tu casa.

Con lo que, en vista de poder seguir mamando de la teta del club hasta que su hijo lo haga por él (las estirpes, quieras que no, molan, y el apellido pesa mucho, que se lo pregunten a Jordi Cruyff), se ha retirado.

No pocos aficionados habrán respirado al ver que las arcas del club se deshace de su mayor pasivo (y tan pasivo, como que lleva años sin jugar...).

Ayer lloró de emoción en la retirada. Los aficionados, tal vez de alegría.

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